¿POR QUÉ EL POPULISMO ES LA ESENCIA DEL MAL?
POPULISMO, PALABRA DEL AÑO 2016 PARA LA FUNDÉU BBVA.
* Este artículo se publicó en el último número de El Espectador Incorrecto de Actualidad Económica que salió a la calle con el número de mayo de 2016.
POPULISMO ES LA PALABRA DEL AÑO 2016 PARA LA FUNDACIÓN DEL ESPAÑOL URGENTE, PROMOVIDA POR LA AGENCIA EFE Y BBVA. POR CUARTO AÑO CONSECUTIVO, LA FUNDÉU BBVA HA DADO A CONOCER SU PALABRA DEL AÑO, ELEGIDA ENTRE AQUELLOS TÉRMINOS QUE HAN MARCADO LA ACTUALIDAD INFORMATIVA DE 2016 Y TIENEN, ADEMÁS, INTERÉS DESDE EL PUNTO DE VISTA LINGÜÍSTICO. TRAS ELEGIR ESCRACHE EN 2013, SELFI EN 2014 Y REFUGIADO EN 2015, EL EQUIPO DE LA FUNDACIÓN HA OPTADO EN ESTA OCASIÓN POR POPULISMO, UNA PALABRA ORIGINALMENTE NEUTRA, PERO QUE SE HA IDO CARGANDO DE CONNOTACIONES HASTA CONVERTIRSE EN UN ARMA EN EL DEBATE POLÍTICO.
Los análisis y propuestas económicas de los populistas ni tienen lógica ni pretenden tenerla. Son un método para inflamar los ánimos de la sociedad y hacer quebrar las instituciones a fin de alcanzar el poder para después ejercerlo totalitariamente
Desde el punto de vista económico, el populismo de cualquier tipo se caracteriza esencialmente por prometer a los ciudadanos, no a todos, solo «al pueblo» o «a los nuestros», mejoras inmediatas y sustanciales de su bienestar sin esfuerzo alguno para ellos. Mejoras que según los populistas se materializarían inmediatamente una vez que consiguieran los votos necesarios para aplicar su programa de gobierno, y que serían tanto mayores cuanto mayor fuera el poder que le otorgaran los ciudadanos. Desde el punto de vista político, su objetivo, como el de cualquier otro partido, es adueñarse del poder, pero, a diferencia de los otros, con la intención de cambiar las reglas del juego para ejercerlo totalitariamente e indefinidamente.
Las características de los partidos populistas que en los últimos años han alcanzado un notable protagonismo político en el mundo desarrollado difiere según los países. En España destacan de manera especial, por una parte, el nacionalismo y el independentismo catalán (nunca ha habido diferencias de fondo, solo de tácticas, en los objetivos de estos movimientos) y, por otra, las corrientes marxistas englobadas en Podemos (tampoco hay diferencias de fondo entre las diferentes corrientes de este movimiento). Estos partidos están intentando denodadamente aprovechar la oportunidad histórica brindada por la crisis para, cabalgando a lomos del populismo más descarnado, conseguir la secesión, en un caso, y la sustitución de nuestro ordenamiento político por un régimen totalitario, en el otro. El objeto principal de este artículo es mostrar las raíces económicas comunes y el también común mecanismo de propagación que han catapultado el apoyo de buena parte de la ciudadanía a los populismos independentista y marxista en nuestro país.
YA LO DIJO BAUDELAIRE: «EL MEJOR TRUCO DEL DIABLO ES CONVENCERNOS DE QUE NO EXISTE»
La principal raíz económica común del auge de ambos movimientos en nuestro país es la secuencia de una larga e intensa expansión seguida por una brusca y profunda recesión acaecida entre 1995 y 2013. Esta secuencia, por sí sola, planta raíces que alimentan los movimientos populistas de cualquier tipo. Pero para explicar cabalmente el intenso crecimiento de los dos principales populismos de nuestro país durante los últimos años es necesario descifrar el mecanismo de riego, por decirlo así, mediante el cual los artesanos e ideólogos de esos movimientos han vigorizado esas raíces surgidas de la crisis y han conseguido el apoyo de amplias capas sociales. Dicho en la jerga bacteriológica, la brusca y, para la mayoría de la sociedad, inesperada interrupción de la larga, intensa y finalmente desequilibrada etapa expansiva de nuestra economía, así como la profundidad de la crisis subsiguiente, provocaron el rebrote violento de los virus independentista y marxista, siempre latentes en nuestro país y en muchos otros. Pero su rápida difusión social se ha debido también al éxito del perverso mecanismo puesto en marcha por los activistas e ideólogos populistas para propagar dichos virus, un mecanismo, como sus raíces, común a ambos movimientos. Este mecanismo ha sido parte de la acción política de los partidos nacionalistas y marxistas a lo largo de la historia. Con baja o alta intensidad, mutando en diferentes variantes según el momento histórico, ha estado siempre en funcionamiento, no solo en nuestro país sino también en muchos otros, si bien en las etapas de bonanza económica o de crisis suaves su capacidad de ganar adeptos y apoyo social en las sociedades capitalistas es limitada.
En lo que sigue se examina someramente la raíz común de estos movimientos. A continuación, y con mayor atención, se descifra su mecanismo de propagación. Finalmente se suministra una terapia intelectual con la esperanza de que sirva como un antiveneno eficaz a quienes habitualmente sucumben a sus mensajes o no saben contrarrestarlos y a quienes han de hacerles frente en la arena política y en los medios de comunicación. Vaya por delante la advertencia de que no será fácil deshacer la oscura fascinación que ejercen los mensajes populistas sobre la mente de muchos ciudadanos porque estos mensajes apelan a los instintos más primarios de la naturaleza humana, que siempre salen a flor de piel en tiempos de crisis, y porque estos partidos los dirigen verdaderos profesionales de la comunicación de masas y de la agitación social, activistas políticos que manejan con destreza innegable las redes sociales y las técnicas televisivas. Ya lo dice el líder de Podemos, licenciado en técnicas cinematográficas además de en Ciencias Políticas: el plató de televisión es el parlamento de la nueva sociedad y las redes sociales sus verdaderas urnas. Lo uno y lo otro constituyen los medios de movilización de masas de la sociedad contemporánea.
1.LA RAÍZ ECONÓMICA DE LOS VIRUS POPULISTAS.
El axioma de partida de este artículo es que los factores económicos son la causa principal del crecimiento del apoyo ciudadano al movimiento independentista en Cataluña y a los movimientos marxistas englobados en Podemos en el conjunto de España. Básicamente, y como se ha dicho antes, estos factores los conforma la sucesión del periodo de expansión económica más intenso y prolongado vivido por nuestro país (1995-2007) y de la crisis igualmente más intensa y prolongada que hemos padecido en nuestra historia reciente (2008-2013). La crisis económica ha sido especialmente dañina y corrosiva para el tejido social porque la expansión previa fue muy dilatada e intensa, habituando a los ciudadanos no solo a dar por sentados niveles elevados de gasto público y privado que se estaban financiando mediante un endeudamiento exterior creciente y finalmente insostenible, y que por tanto no eran compatibles con la productividad del país, sino incluso su crecimiento ininterrumpido.
Sin duda, hay otros factores que también han contribuido al auge del populismo independentista en Cataluña y de los movimientos marxistas en el conjunto de España, factores que se podrían agrupar en el epígrafe de «sentimientos», en un caso, y de corrupción incurrida o tolerada por los principales partidos políticos, en el otro. Antes de examinar esos otros factores conviene despachar el supuesto vínculo causal entre el rechazo (parcial) del nuevo Estatut de Cataluña por el Constitucional en 2007 y el auge del independentismo. Esta es una pista falsa lanzada tanto por quienes quieren con esto justificar su conversión a posiciones independentistas que, en el fondo, siempre tuvieron, como por los buscadores de «terceras vías», un grupo que no distingue entre federalismo y confederación, siendo lo primero uno de los ordenamientos políticos más frecuentes en el mundo, y en el que se incluye la modalidad federal que constituye nuestro estado de las autonomías, y lo segundo un sistema político que no se da en ningún país del mundo y que solo ha existido brevemente como preámbulo de un estado federal, por ejemplo en Suiza o en Estados Unidos. Un grupo, este último, que se podría denominar también «los equidistantes», ya que culpa por igual al que conculca y pretende vulnerar la legalidad constitucional y al que intenta defenderla. Para confirmar que el rechazo parcial del Estatut no es una causa significativa del crecimiento del sentimiento antiespañol en Cataluña se pueden aducir dos razones. Primera, que si se preguntara a los que votan a favor de la independencia a partir del 2007, y antes no lo hacían, qué artículos rechazados o modificados del Estatut les han hecho independentistas, es dudoso que supieran qué responder. Segunda, porque la evidencia acumulada desde entonces corrobora contundentemente que los nacionalistas mudados en independentistas o los independentistas coyunturales, así como los independentistas genuinos (que de hecho, rechazaron el Estatut), hubieran seguido demandando la plena independencia aun cuando se hubiera aprobado el anticonstitucional Estatut. Consecuentemente, seguirían culpando a cualquier residuo del Estado español que quedara en su territorio de todos sus males económicos y demandando la plena independencia.
En todo caso, ninguno de estos otros factores hubieran impulsado significativamente el apoyo popular al secesionismo y a los partidos marxistas sin el concurso de los factores económicos mencionados, como lo prueba el hecho de que los «sentimientos» y la corrupción han estado presentes en otras etapas de nuestra historia democrática sin inducir la explosión antiespañola y el fuerte avance electoral del comunismo acontecido desde el estallido de la Gran Recesión de 2008. Estos otros factores, además, tienen también bases económicas. Si se presta atención a las quejas y demandas de los nacionalistas e independentistas catalanes, y sobre todo de los ciudadanos que en diversos sondeos esgrimen las razones que los han llevado a ser independentistas cuando antes no lo eran, se verá que casi sin excepción proceden de la generalizada convicción (alentada por la maquinaria propagandística de los sucesivos Gobiernos de la Generalitat y órganos afines, al menos desde el primer tripartito en el 2003) de que «España les roba». De que España les expolia fiscalmente para darles a otros ciudadanos de fuera de allí lo que es suyo, de que consecuentemente se humilla su dignidad y se desatienden sus necesidades para atender las de otros con su dinero. Nada inflama más las emociones de un pueblo tan trabajador como el catalán que el convencimiento de que le están robando la cartera, que siempre suele estar cerca del corazón, como bien saben quienes con voluntad vulcánica martillean continuamente la fragua de su consciente y de su subconsciente para inculcarles esas falsas creencias.
Por otra parte, dada la oscura y mal resuelta financiación de los partidos políticos en España, se puede constatar que la intensidad de la corrupción, el monto y la frecuencia de las sustracciones de fondos públicos o privados para el beneficio de individuos o partidos políticos, es proporcional a la duración e intensidad del periodo de expansión económica. Más precisamente, es proporcional a la duración e intensidad del auge en el sector de la construcción, tanto de la obra pública como de la obra civil y residencial privada, sujetas ambas a una compleja maraña de regulaciones estatales, municipales y autonómicas que ofrecen tentaciones irresistibles a las personas corruptibles que siempre anidan en cualquier grupo humano.
«EL PRIMER PASO HA DE SER ELIMINAR LAS ÉLITES [LA CASTA], TAREA QUE HA DE ASUMIR LA ÉLITE [CASTA] REVOLUCIONARIA»
Por todo lo dicho anteriormente, las crisis económicas, tanto más cuanto más intensas y prolongadas son, y cuanto más larga y vibrante haya sido la expansión precedente, tambalean la confianza de los ciudadanos en las instituciones y en el futuro de su país y convierte a muchos en presas fáciles de los populistas. Los convierten en arcilla que esos buhoneros que anuncian truculentos elixires curalotodo pueden moldear a su antojo, y así lo hacen, instándoles a seguir caminos opuestos a los que hay que transitar para remontar la crisis e impedir que en el futuro vuelvan a manifestarse recesiones con la virulencia de la que hoy estamos apenas superando.
- MECANISMOS DE PROPAGACIÓN.
La secuencia de expansión y crisis por sí sola habría vivificado los populismos. Así ha ocurrido en todos los países occidentales en mayor o menor medida, en función de la intensidad de la expansión precedente y la dureza de la crisis subsiguiente. Pero su extraordinario auge en nuestro país, al igual que en algunos otros, obedece también a la movilización social desencadenada por el eficaz mecanismo de propagación puesto en marcha por los artificieros populistas. Este mecanismo de propagación de los virus populistas, el recetario del populismo, consta básicamente de los cuatro siguientes elementos:
(a) Enfatizar los aspectos más negativos de la dura realidad económica y, donde sea necesario, convertir lo que estadísticamente son anécdotas o casos aislados en categorías que supuestamente afectan a la mayoría o, al menos, a amplias capas de la población. Recalcar que el pueblo es siempre víctima de cualquier ajuste o reforma económica que lleve a cabo cualquier Gobierno que no sea el suyo, incluso en aquellos casos en los que un mínimo conocimiento económico muestra que es claramente beneficiario de las mismas. Las alegaciones de desnutrición infantil generalizada, destitución extrema o la marabunta de desahucios con intervención policial serían ejemplo de lo primero. El rescate de los bancos o cajas de ahorro con dinero público sería un ejemplo de lo segundo. En lo que concierne a lo primero, la evidencia de los ayuntamientos y las autonomías donde han llegado al poder los populismos les ha obligado a reconocer la exageración e incluso la inexistencia de las hambrunas y situaciones paupérrimas que delataban (sobre los desahucios, véase lo dicho en la siguiente sección). En cuanto a lo segundo, debería ser evidente, y debe ser reiterado una y otra vez, que lo que se ha rescatado mediante fondos públicos son los depósitos de los ciudadanos, no solo en las entidades rescatadas sino en todas las demás, que se hubieran derrumbado si se hubiera permitido la volatilización de los depósitos en las entidades quebradas. El rescate bancario ha sido especialmente beneficioso para las clases medias y las más humildes, porque tienen la mayor parte de su patrimonio en depósitos y porque son las que más hubieran padecido el agravamiento de la crisis que habría acontecido si se hubieran permitido quiebras bancarias. El rescate de entidades financieras en España y en la mayoría de los países occidentales ha sido la clave de que la Gran Recesión de 2008, siendo muy seria, no haya sido ni de lejos tan grave como la Gran Depresión de los años 30 del pasado siglo.
(b) Comparar la situación social actual, con sus realidades y sus exageraciones, con una situación ideal que se caracteriza por el pleno empleo y la plena igualdad de las rentas y patrimonios, así como por niveles de renta per cápita, pensiones, sanidad y educación comparables e incluso superiores a los de los países más avanzados del planeta.
ES LLAMATIVO CÓMO LOS POPULISTAS IGNORAN LA MEJORA DE LA SITUACIÓN ECONÓMICA. LA NIEGAN PORQUE LA TEMEN
(c) Culpar de la brecha entre ese ideal y la situación actual al enemigo a batir para los correspondientes populismos: España o el Estado español, en el caso de los independentistas, y el régimen constitucional actual y la Europa del euro o, de forma más general, el capitalismo y la democracia representativa o burguesa, como la llaman ellos, en el caso de Podemos. Dejar claro, en un caso, que las políticas económicas de los Gobiernos nacionalistas que han dirigido la Generalitat desde antes de la crisis hasta hoy son completamente ajenas a cualquier disfunción de la economía catalana y, en el otro, que las políticas económicas preconizadas por el populismo marxista solo pueden traer bienestar para todos, excepto, por supuesto, para las élites explotadoras o extractivas que son las únicas beneficiarias del régimen actual. Estas élites son «Madrid» o el «Estado español», en un caso, y los grandes partidos, así como las grandes empresas y los grandes patrimonios, en el otro.
(d) De los pasos anteriores se desprende la inevitabilidad histórica de la única solución posible para erradicar los males económicos de Cataluña y de nuestro país en su conjunto, y alcanzar el paraíso en la Tierra que prometen los populismos: la independencia en un caso y, en el otro, el establecimiento de una democracia popular al aliento de un descomunal aumento del gasto público para comprar voluntades y de la creciente confiscación, por parte del Estado, de las rentas y patrimonios privados. Esto último solo cuando las rentas y los patrimonios superen el umbral de la renta media y el patrimonio medio del país, un umbral que suele coincidir con las rentas que ellos ganan y los patrimonios que ellos poseen. Para alcanzar tan noble empeño es imprescindible la ocupación de los centros de decisión política y económica, a fin de poder controlar cabalmente lo que hay que producir y la distribución del valor de lo producido.
Pablo Iglesias y los suyos siguen fielmente la estrategia revolucionaria de Piotr Tkachov, un escritor político ruso de finales del XIX que fue el verdadero maestro de Lenin, y por eso fue expurgado de las historias oficiales de la revolución. Según Tkachov, «el primer paso de la revolución ha de ser eliminar las élites [la casta], tarea que se ha de encomendar a la élite [casta] revolucionaria». Para evitar que los ciudadanos que tienen, al menos, un ligero baño de conocimiento histórico puedan pensar en la realidad económica y social de los países donde ha triunfado una u otra modalidad del marxismo, los populistas marxistas se han sometido a la dura disciplina de extirpar de su discurso cualquier referencia a la patrística de esa religión e incluso a su denominación de origen, poniéndose por nombre verbos henchidos de voluntad y como modelo del país en que quieren convertir a España el que dicte la moda del momento: Finlandia, antes de su crisis reciente, o Dinamarca o cualquier otro país escandinavo después. No son marxistas, ni mucho menos comunistas o leninistas (tres nombres diferentes para una misma cosa), ni aspiran a construir un Estado policial desde el que el transitar hacia las cumbres celestiales de la sociedad sin clases, dicen. Son, siguen diciendo, renovadores del socialismo y de la democracia, defensores de los de abajo frente a los de arriba. Sobre todo, son la verdadera apoteosis de la democracia, la palabra más frecuente en su vocabulario, exigiendo que todo se someta al voto popular como si la sociedad fuera una suerte de asamblea universitaria, sabedores de que si se aceptan sus ideas y alcanzan el poder antes o después controlarán lo que hay que votar y el resultado de la votación. Así sucedió en las democracias populares de la órbita soviética que se construyeron sobre las mismas premisas y promesas y con la misma argamasa ideológica de Podemos y sus corrientes afines. Ya lo dijo Baudelaire en Le joueur généreux: «El mejor truco del diablo es convencernos de que no existe».
Realmente en el caso de Podemos y sus círculos, confluencias, mareas o corrientes (antiguamente se decía simplemente cédulas) estamos sin duda ante una de las más llamativas y contorsionadas imposturas realizadas en el mundo de las ideas y de la praxis desde que el lobo se disfrazó de la abuelita de Caperucita para convencerla de sus buenas intenciones. No hay que olvidar que aquel engaño tuvo el éxito deseado y, aunque resultara efímero, la vida de la abuelita y de Caperucita después de ser rescatadas de las entrañas del lobo no debió de ser fácil. Este cuento de los hermanos Grimm, extraído como todos los suyos de la sabiduría popular depositada durante siglos, advierte de los riesgos de hacer tratos y seguir atajos propuestos por criaturas e ideas hostiles al género humano. En esta ocasión hay margen para la esperanza porque el lobo se ha zampado a la abuelita con tal facilidad que le ha hecho confiarse y ha descuidado su disfraz, dejando asomar sus fauces ansiosas de poder totalitario en su segundo encuentro con Caperucita. Ojalá que los políticos y ciudadanos que han seguido embelesados su discurso se den cuenta a tiempo de sus aviesas intenciones.
NINGÚN PAÍS PUEDE CONSUMIR UN NIVEL DE BIENES SUPERIOR AL QUE FIJA SU PRODUCTIVIDAD SI EL MUNDO NO LE DA CRÉDITOS
El recetario descrito está siempre en las manos de cualquier buen marxista, y de cualquier independentista, y lo han aplicado desde tiempos inmemoriales, pero es especialmente fructífero en tiempos de crisis intensas y graves, como lo fueron las del periodo de entreguerras del pasado siglo y como lo ha sido la iniciada en 2008, y que apenas hemos comenzado a remontar. En el caso de los independentistas catalanes, lo han aplicado con éxito mediante un gigantesco esfuerzo de publicidad y propaganda. Así, han convencido a buena parte de la sociedad catalana de que su elevado nivel de paro, sus altos impuestos y demás dificultades económicas (similares a las del resto de España) obedecen a que el Estado español gasta allí mucho menos, y sustrae de los ingresos que generan sus ciudadanos y empresas mucho más de lo que debería. Lo que es aún más increíble, les han convencido de que con la independencia tendrían una renta mayor de la que tienen ahora y que, por tanto, dispondrían de los ingresos que ahora les quitan más los ingresos adicionales de esa mayor renta, con lo que podrían alcanzar un gasto público superior al que ahora efectúa la Generalitat y la Administración central española en dicho territorio. En el caso de los marxistas, han inculcado a buena parte de la sociedad española que cualquier servicio sanitario o medicamento que no se suministren gratuitamente es un acto inhumano que no se debe permitir; cualquier individuo que no tenga una renta mínima, aunque no trabaje ni intente trabajar, es la manifestación de una injusticia que se ha de corregir; cualquier renta por debajo de la media o sensiblemente por encima es una anomalía que hay que erradicar mediante impuestos y subsidios públicos; cualquier patrimonio que supere los suyos tiene que ser producto del robo o de la explotación y debe ser confiscado; cualquier tasa universitaria o por recibir enseñanza primaria y secundaria ha de ser suprimida; cualquier recorte de los sueldos y las plantillas de profesionales y demás personal educativo y sanitario es un austericidio. En suma, cualquier necesidad humana insatisfecha o satisfecha desigualmente es síntoma del perverso sistema capitalista que hay primero que controlar y, después, que abolir. Su mera llegada al poder, nos prometen, bastaría para restaurar inmediatamente y rápidamente rebasar, no ya los niveles de bienestar social existentes antes de la crisis, sino los de cualquier país que no sea capaz de realizar la revolución socialista que exige nuestro tiempo.
- ANTÍDOTOS.
Descifrar el mecanismo de difusión que utilizan los populistas para contaminar la sociedad con sus diagnósticos y propuestas debería servir, al menos, para que tanto los incautos como los que sufren necesidades, así como los resentidos y los indignados, detecten el riesgo de que las cosas podrían ser todavía peor de lo que son si se dejan arrastrar por el dulce pero letal sonido de las flautas marxista e independentista. Claro que obviamente, esto no es suficiente. Un antiveneno eficaz contra estos virus, que para que surta plenamente sus efectos se debería aplicar con el mismo ahínco y constancia con que los populistas despliegan sus acciones y pensamientos tóxicos, se compondría de los siguientes ingredientes:
(a) Ante todo, es vital prolongar todo lo posible la recuperación económica. La crisis que hemos sufrido, y apenas estamos remontando, fue el caldo de cultivo que hizo posible la pandemia populista y únicamente el retorno a niveles de empleo y renta disponible real, cercanos a los existentes antes de la recesión, haría posible su debilitación. El PSOE, sin duda el partido más afectado por la fuga de votos hacia los partidos populistas, debería comprender que una expansión intensa y prolongada es el mejor antídoto para recuperar, si no todo, sí al menos una parte sustancial del apoyo perdido. Luego está el tema de la corrupción y las corruptelas, contra las cuales, después de sufrir un coste político descomunal, los grandes partidos están automáticamente vacunados para, como mínimo, la siguiente etapa expansiva (está por ver si los nuevos partidos pueden evitarlas). Claro que la pérdida de credibilidad y el daño ya hecho se tardará mucho en restañar. Pero lo esencial, lo que más afecta al virus, es consolidar y prolongar la recuperación. Es llamativo cómo los populistas ignoran en su discurso las mejoras de la situación económica, que están dejando obsoletos muchos de sus datos. La niegan porque la temen, porque sienten que con cada avance del PIB y cada reducción de la tasa de paro, y con cada aumento del poder adquisitivo de los asalariados, aunque aún están lejos de ser suficientes, pierden fuerza, como Drácula con las primeras luces de la aurora.
LOS MARXISTAS QUIEREN TANTO A LOS POBRES QUE ALLÍ DONDE CONSIGUEN GOBERNAR LOS MULTIPLICAN
(b) Mientras se asienta y consolida la recuperación, se ha de responder a los populistas que por muy mal que hayan ido las cosas en nuestro país todavía habrían ido mucho peor si ellos hubieran estado en el poder. Para empezar, el nivel de renta sobre el cual habría estallado la recesión habría sido tanto menor cuantos más años hubieran permanecido en el poder antes de esa fecha. Como prueba de este aserto baste con señalar la evolución y el nivel de las condiciones de vida en países como Cuba o Venezuela, en los que el comunismo caribeño y sus variantes populistas bolivarianas ocupan el poder. Para seguir, la receta populista de nacionalizar e inyectar gasto público ilimitadamente o de blindar derechos sociales por decirlo en su terminología, y de bloquear aún más de lo que lo están en nuestro país los mecanismos de mercado, o deshacer la reforma laboral e intervenir en el mercado eléctrico, en el bancario y en otros muchos según su vocabulario, y subir aún más los ya muy elevados impuestos directos y sobre la propiedad, habría ocasionado una crisis diferencial en nuestro país aún peor que la que hemos padecido y habría impedido la recuperación que estamos viviendo. Grecia sería un ejemplo de lo que ocurre cuando un país que vive muy por encima de sus posibilidades productivas, financiando este gap mediante préstamos del resto del mundo, intenta hacer frente a una crisis internacional aumentando o manteniendo el gasto público y cuestionando el pago de su deuda. Ese sería, por cierto, el destino de una Cataluña independiente, en la que el poder estaría controlado por partidos mayoritariamente de izquierdas y populistas, los partidos más genuinamente independentistas, cuyas propuestas en el ámbito del gasto público, los impuestos y el reconocimiento de la deuda tienen un fuerte aroma greco-bolivariano. De hecho, se ha de recalcar que la intensidad diferencial de la crisis en España, en comparación con la mayoría de los otros países de la OCDE, obedece en buena parte a que, antes de la crisis y en los primeros estadios de la misma, se aplicaron medidas como las propuestas por los populistas. La intensa subida del salario mínimo interprofesional y el aumento del gasto público en los años anteriores a la crisis e incluso en los primeros años de la misma fueron medidas idénticas a las propuestas en los programas populistas, por no hablar de los aumentos de los tributos directos y de su progresividad, políticas todas ellas que explican por qué la caída del PIB y del empleo por unidad de PIB, así como la subida del paro juvenil y del paro de larga duración, fueron más intensas en España que en la mayoría de los otros países de la OCDE. No es de extrañar, por tanto, que en lo concerniente al gasto público y a la estructura del mercado de trabajo todos los populismos exijan, como mínimo, volver a la situación que provocó la crisis diferencial de nuestro país. El aumento de la desigualdad de rentas en España, enteramente atribuible al aumento del desempleo, se debe imputar también a esa ideología populista que ha hecho de nuestro mercado de trabajo una anomalía entre los países de la OCDE. A decir verdad, el marco institucional de nuestro mercado de trabajo es tributario de los componentes populistas de todos los partidos que han gobernado España. Con todos los defectos que se le puedan atribuir a la reforma del mercado de trabajo realizada por el PP, que no son pocos, es la única que ha ido en la dirección de acercar nuestros estándares laborales a los existentes, no ya en el Reino Unido o en Estados Unidos, los países con menor desempleo de la OCDE, pero sí al menos en los países más desarrollados de la Europa Continental. Por esa reforma, y otros factores, el paro en España, que continúa siendo uno de los más elevados del mundo, es también uno de los que más rápidamente está cayendo del mundo. Si no se continúa avanzando por esta senda, y no digamos ya si se deshacen los logros conseguidos, la próxima crisis volverá a provocar aumentos del paro por unidad del PIB mucho más intensos que en los países de nuestro entorno.
Otro tanto se puede decir de las políticas aplicadas por los populistas independentistas en Cataluña, donde de una forma u otra gobiernan desde el primer tripartito en 2003. Ya antes de la crisis, y con más intensidad a partir de la crisis, Cataluña ha registrado déficits públicos y aumentos de su deuda mucho más intensos que la media del resto de autonomías. Ya desde el primer tripartito, por razones puramente ideológicas completamente ajenas al sistema de financiación autonómica y a la por entonces boyante coyuntura económica, Cataluña estableció niveles de los impuestos sobre la propiedad y sobre la renta superiores a los existentes en la mayor parte del resto de España. El aumento del gasto público en dicha región y la consiguiente rémora de los ingresos públicos respecto a lo que habría ocurrido si no se hubieran subido tanto los impuestos sobre la renta y la propiedad llevaron a un descomunal crecimiento de la deuda y de la carga del servicio de la misma, limitando con ello el gasto disponible para atender las necesidades sociales de los ciudadanos allí residentes. En resumen, la crisis en España ha sido en buena medida tan severa bien porque el populismo independentista y marxista ha gobernado en una de las regiones más importantes de España, bien porque sus ideas se han aplicado parcialmente en el conjunto del país.
(c) Se ha de delatar la interesada confusión alentada por los populistas entre la soberanía popular y el ámbito en el cual se puede ejercer dicha soberanía. Los populismos independentistas y marxistas se venden también como la reconstrucción de la soberanía popular, que según ellos habría sido destruida o erosionada por los ajustes económicos, amparados por la persistencia de una Constitución rehén de las reglas del euro y construida a partir de los preceptos del estado-nación del XIX. Por consiguiente, proponen devolver la soberanía a las naciones que constituyeron el estado-nación y renegociar las reglas del euro o abandonarlo si eso no fuera posible. Es interesante constatar que la solución de futuro de los populistas pasa por volver al pasado. Si hay que volver al pasado, por otro lado, no está claro por qué la regresión ha de quedarse en las naciones que constituyeron el estado-nación y no seguir devolviendo soberanía a las naciones o últimamente a las tribus que en su momento histórico constituyeron aquellas naciones. Aparte de las ensoñaciones feudales de los independentistas y de la aspiración de los marxistas a construir una Unión Europea lo más parecido posible a la extinta URSS, hay en sus alegaciones de que las medidas de ajuste traicionan o son contrarias a la soberanía popular un desconocimiento de una ley económica fundamental. Ninguna sociedad puede consumir un nivel de bienes y servicios privados o públicos superiores al que determina la productividad de sus factores de producción si no consigue que el resto del mundo le preste recursos financieros por el importe necesario para pagar la diferencia entre lo que gasta y lo que produce. Ninguna sociedad conseguirá que el resto del mundo le preste si no demuestra que su trayectoria económica permitirá ir pagando los intereses y el principal de dicha deuda.
Si el Gobierno de una nación, en el ejercicio de su soberanía democrática y con el apoyo popular consiguiente, decide elevar su gasto por encima del nivel de producción que permita la productividad de sus recursos y no consigue que el resto del mundo financie esta diferencia se verá abocado a realizar medidas de ajuste del gasto público y privado hasta que consiga situar su nivel de gasto cerca o por debajo de su nivel de producción. Esta es una ley económica incuestionable e independiente por completo de que el país está adscrito al euro o tenga su propia moneda y de que sea comunista o capitalista.
La soberanía democrática, social o popular de cualquier país está constreñida por la soberanía de los demás países y, si un Gobierno promete niveles de gasto que superan la capacidad productiva del país por un monto superior al que las empresas o ciudadanos de otros países estén dispuestos a prestarle, se verá obligado a incumplir las promesas que no debía haber realizado. Así, cuando el Gobierno griego sometió a referéndum popular la opción de no realizar ajustes e incluso de repudiar la deuda, estaba invadiendo la soberanía popular de otros países, ya que dicha opción sólo era posible si esos otros países seguían no ya renovando sus préstamos a Grecia, sino incluso incrementándolos. Es como si Hitler sometiera a votación del pueblo alemán la necesidad de invadir Polonia y el pueblo alemán, democráticamente y mayoritariamente, respondiera afirmativamente. Ningún país puede vivir por encima de sus posibilidades, lo que, por definición, implica endeudarse con otros países si su desempeño no convence a las empresas y ciudadanos de esos otros países para seguir aumentando o, al menos, renovando sus préstamos. Este es el sentido último del modificado artículo 135 y que, como primer envite a la Constitución, se quieren cargar los populistas: conciliar la soberanía democrática de un país con la de los demás. Este artículo 135, lejos de dañar los intereses económicos de los ciudadanos, vela por ellos porque, al atraer más financiación exterior, aumenta los niveles de gasto por encima de lo que sería posible en ausencia de dicha financiación. La soberanía popular que se dice vulnerar con este artículo es una soberanía ilusoria, que solo existe en sociedades autárquicas y aun en estas tiene que respetar la regla de que no se puede gastar más de lo que se produce y que, además, una parte del gasto se ha de destinar a la renovación y crecimiento del stock de capital si la sociedad quiere crecer y mejorar su nivel de renta. Por todo lo dicho, es un sinsentido pretender blindar niveles de gasto social o del conjunto del gasto público. Lo que verdaderamente determina los niveles sostenibles del gasto social o del gasto público per cápita de un país en su conjunto no es, ni puede ser, ninguna medida legislativa sino el nivel y el ritmo de crecimiento de su productividad. Por cierto, prácticamente todas las medidas del programa económico de Podemos erosionarían tanto el nivel como el ritmo de avance de la productividad en nuestro país.
(d) En respuesta a la trágica visión de la situación de España pintada por los populistas, se han de destacar algunos atributos positivos de nuestro país durante estos años. No se trata de justificar la crisis, que es injustificable en su aspecto diferencial de mayor aumento del paro y mayor caída del PIB que en otros países, sino de cualificar el apocalíptico diagnóstico populista e insinuar que las cosas en el futuro serían aún mucho peores si estos partidos gobiernan el país o una Cataluña independiente.
En primer lugar, el gasto per cápita en sanidad y el gasto en educación por población de referencia (de seis a 24 años), a pesar de los recortes efectuados desde el año 2009, se sitúan en los niveles existentes a comienzos del año 2007, cuando no se mostraba insatisfacción social alguna por el monto de las prestaciones recibidas por estos conceptos y cuando se situaban, como lo hacen hoy, 8,5 puntos del PIB por encima de los niveles del año 2003. Pocos países, incluso aquellos en los que la crisis ha sido menos grave que la nuestra, alcanzan hoy estos niveles del estado de bienestar. Así, a pesar de los tan aireados y supuestamente dramáticos recortes en sanidad y educación, España continúa siendo uno de los países con el mejor sistema sanitario del mundo y con un menor copago por servicios hospitalarios y productos farmacéuticos. Igualmente, nuestro país es uno de los países del mundo donde más bajas son las tasas universitarias y de la enseñanza primaria y secundaria, y también donde desgraciadamente más elevado es el abandono escolar en la enseñanza secundaria y de menor calidad es, comparativamente, esta enseñanza y la enseñanza universitaria. También España es uno de los países con menor precio por el uso de los servicios públicos de transporte y el que tiene una de las mayores redes de autopistas o autovías exentas de peaje. Que se haya conseguido mantener todo esto a pesar de la dramática caída de la renta y de los ingresos públicos durante la crisis, así como del aumento descomunal del gasto público en desempleo, pensiones e intereses de la deuda, debería ser un motivo de satisfacción para cualquier persona con inquietudes sociales e interés por los datos.
DESIGUALDAD Y POBREZA.
Luego está el tema de la desigualdad y la pobreza (un indicador este de desigualdad relativa y no de privación), que ciertamente han aumentado en España con la crisis, después de haberse reducido sustancialmente por debajo de los niveles existentes en otros países desarrollados antes de la misma. Este incremento es, prácticamente en su totalidad, imputable al aumento del desempleo y, por tanto, es atribuible en parte a la ideología populista por las razones expuestas anteriormente. Con todo, cuando se miden correctamente los índices de desigualdad de la renta y de la riqueza en España continúan siendo, respectivamente, similares o inferiores a la media de los existentes en los países de la OCDE. Los admirados países escandinavos, por cierto sin excepción, tienen mayor igualdad de rentas que la media de los países desarrollados pero sensiblemente más desigualdad de patrimonios. La razón de la comparativamente menor desigualdad de renta y patrimonio en España, un hecho indiscutible estadísticamente pero contrario a las creencias de la opinión pública engañada por la publicidad populista, reside en el notablemente mayor peso de la vivienda en propiedad en el patrimonio de los españoles en relación con el peso correspondiente en la mayoría de los países de la OCDE. Cuando se añaden, como debe hacerse, las rentas inmobiliarias imputables a la vivienda en propiedad al resto de las rentas, las desigualdades de renta se suavizan considerablemente y lo hacen aún más si se comparan las rentas después de impuestos y añadiéndoles los servicios públicos de sanidad, educación y pensiones. Por otra parte, la experiencia del funcionamiento real de los regímenes marxistas en el mundo nos muestra claramente cómo consiguen reducir la desigualdad de rentas y patrimonios. Lo hacen por la vía mala, la de eliminar la riqueza y difundir la pobreza, no solo en relación con la que existía antes de su llegada al poder, sino con la que existiría si no hubiesen llegado al poder. Lo hacen, además, creando desigualdades ante la ley más onerosas que las desigualdades materiales mensurables estadísticamente. Verdaderamente, observando la realidad de esas sociedades, no se puede negar que los marxistas quieren a los pobres: los quieren tanto que allí donde gobiernan los multiplican.
En relación con la vivienda, por cierto, se ha de delatar una de las grandes manipulaciones del populismo marxista: la cuestión de los desahucios. Primero, dan cifras de desahucios que son muy superiores a las reales, afirmando además que se trata, en todos los casos, de desahucios de la vivienda única de la familia, que la estaba ocupando en el momento del desahucio y que, para acentuar el dramatismo, este se realiza siempre con intervención policial. Así, para el periodo 2012-2014 dan la cifra de unos 250.000 desahucios, extraídos de la memoria del Consejo General del Poder Judicial (y otro tanto para el período 2007-2011). Estas cifras, sin embargo, se refieren al total de ejecuciones hipotecarias de todo tipo de viviendas e incluso de otro tipo de inmuebles, ejecuciones que no necesariamente terminan en desahucios, y de hecho muchas no lo hicieron porque el deudor de la hipoteca fue regularizando su deuda. Las cifras del Banco de España para el trienio 2012-2014 (cuando empezó a publicar oficialmente estas estadísticas) son mucho más precisas y ponen de relieve que las pérdidas de la vivienda principal en dicho periodo se situaron alrededor de las 100.000 unidades, la mayoría de ellas siendo el resultado de la dación en pago o el abandono de la vivienda. Los desahucios de vivienda principal ocupada fueron 6.560, de los cuales 380 se llevaron a cabo con intervención policial. Obviamente, el desglose de los datos del periodo 2007-2011 debió de ser muy parecido, si bien la media anual de desahucios fue muy inferior a la de este último trienio. Las cifras de ejecuciones hipotecarias correspondientes al año 2015, recientemente publicadas por el Consejo General del Poder Judicial, muestran cifras muy cercanas a los niveles precrisis. La cifra de desahucios o pérdida de la vivienda principal, además, se ha de poner en relación con el parque de viviendas en España, que superaba los 25 millones en 2014, y el de viviendas principales, que superaba los 19 millones en dicho año. A pesar de la crisis, cerca del 80% de los españoles continúan teniendo su vivienda principal en propiedad, mientras que en el promedio de la UE esta cifra se sitúa en el 60%. Esto es posible gracias al vilipendiado mercado hipotecario de nuestro país, ya que el 33% de los españoles con casa en propiedad tienen algún tipo de hipoteca. Cualquier ejecución hipotecaria y, aún más, cualquier desahucio entrañan indudablemente una situación muy dura para las personas afectadas y, como muchas otras desgracias económicas, sería deseable que no existieran. Pero la única medida que los haría desaparecer completamente sería la concesión de créditos hipotecarios únicamente a las personas que tuvieran rentas suficientemente estables y elevadas, lo que habría impedido que tuvieran hoy su vivienda buena parte de los que con mayor o menor dificultad van pagando o han pagado su hipoteca. Es un hecho inamovible por cualquier ideología que el derecho al crédito va indisolublemente unido al deber de devolverlo: si se limita este deber se limitará automáticamente el derecho.
En lo más estrictamente concerniente al nacionalismo e independentismo catalán, deberían reconocer los efectos salvíficos que ha tenido para el bienestar de su comunidad una de las decisiones de política económica más acertadas, y menos agradecidas, del Gobierno central: la creación del Fondo de Liquidez Autonómica (FLA) y del Fondo de Pago a Proveedores (FPP). Estas herramientas han salvado de la bancarrota a Cataluña y también a otras autonomías. Es verdad que la quiebra de la hacienda catalana y de la de esas otras regiones. así como de muchas empresas privadas, hubieran intensificado aún más la crisis en el conjunto de España, lo que habría repercutido sobre esas comunidades multiplicando el daño directo que habrían sufrido sin esos fondos. Pero no es menos cierto que Cataluña se ha beneficiado de su creación más que la mayoría de las otras comunidades, ya que alrededor del 35% de estos fondos se han dedicado a dicha región, un porcentaje muy superior a su peso en el PIB o en la población del conjunto del país. Beneficios estos, por cierto, que no se computan en el saldo negativo de la balanza fiscal catalana que los Gobiernos de la Generalitat sistemáticamente arrojan a la opinión pública como prueba del expolio fiscal, como medida de la excesiva desviación de recursos fiscales a otras regiones del país.
La idea lanzada por los independentistas de que cualquier saldo negativo de la balanza fiscal es una medida del montante que alcanza el «robo» o el «freno» del resto de España a Cataluña (o a cualquier otra región con balanza fiscal negativa) es tan falaz como extendida está en la sociedad catalana. Al respecto se ha de decir que solo hay dos maneras de eliminar o reducir el saldo fiscal negativo de Cataluña, o de cualquier otra región con saldos fiscales negativos iguales o superiores al de Cataluña y, por ende, con renta per cápita sensiblemente mayor que la media del resto de España. La primera sería empobreciéndola hasta que su PIB per cápita se sitúe por debajo o cerca de la media. La segunda sería teniendo estructuras de impuestos o de gastos públicos regresivas de manera que cuanto mayor fuera la renta del territorio menos impuestos pagaran y más gasto público recibieran sus ciudadanos y empresas. Dicho de otra manera, el saldo fiscal de una comunidad autónoma es esencialmente una función de la diferencia entre el nivel de renta de una comunidad y la renta media del resto de comunidades, así como del tamaño del estado de bienestar y la progresividad de los impuestos y del gasto público. En contra de la publicidad independentista, la «solidaridad de una región rica con las restantes» o, lo que viene a ser lo mismo, el saldo de las balanzas fiscales regionales, no está limitado en ningún país del mundo y allí donde las diferencias de rentas regionales son comparables a las existentes en España, y el tamaño del estado de bienestar es similar, hay regiones con saldos fiscales negativos iguales e incluso superiores al de Cataluña.
MALAS RECETAS.
En suma, los populistas nos dicen muy bien que la situación económica de España está o ha estado muy mal, pero analizan y nos dicen muy mal por qué no está bien, y nos proponen arreglarla con recetas que la deteriorarían aún mucho más de lo que pueda estar. Creer o intentar que la gente crea que una Cataluña independiente no acarrearía una profunda recesión en dicha región porque se seguirían teniendo todas las ventajas de su pertenencia a España, incluidos el euro y la participación en la UE, y contarían además con el saldo de su déficit fiscal para enjugar sobradamente cualquier coste transitorio de esta aventura es un hecho digno de atención más clínica que analítica. Como también lo es pensar que un aumento brutal del gasto público, de los impuestos directos y de la deuda pública no solo no provocaría otra crisis, sino que incluso aceleraría el crecimiento económico por encima de su ya elevado ritmo actual. Aún peor es creer a estas alturas de la historia de la humanidad que a partir de los postulados marxistas se puede construir una sociedad que no termine empobrecida y encerrada por muros, alambre de espino o, en el mejor de los casos, corralitos financieros.
Los proyectos económicos de los independentistas y los marxistas merecen figurar junto a los más notables de la Gran Academia de Lagado, aquel país que visitó Gulliver, entre los que se cuentan el de extraer luz solar de los pepinos o convertir el hielo en pólvora mediante la calcinación. Proyectos, todos ellos, que tienen por destino común el fracaso por manifiesta imposibilidad y el daño que hacen a los que los llevan a cabo. De la lógica económica de los análisis y propuestas de los populismos se puede decir lo que dijo el físico Pauli de la teoría de un oscuro físico: «No se puede decir ni siquiera que está equivocada. No es teoría». Los análisis y propuestas económicas de los populistas no tienen lógica ni realmente pretenden tenerla. Se trata únicamente de un método para inflamar los ánimos de la sociedad y hacer quebrar las instituciones a fin de alcanzar el poder, para después ejercerlo totalitariamente. En un caso para construir la nueva nación, cuya mera creación generaría un maná inagotable para todos sus ciudadanos, y en el otro para construir el «hombre nuevo» y erigir el paraíso en la Tierra.
Cuando el organismo está envenenado, y se sigue envenenando, el antiveneno obra sus efectos lentamente en el mejor de los casos, y solo puede terminar siendo eficaz si se aplica con la misma persistencia y vehemencia con que lo hacen los que aplican la ponzoña. La tarea no es fácil porque en situaciones de crisis como las que hemos vivido los populismos se apoderan con mayor facilidad de las mentes de la mayoría, ya que apelan a los instintos básicos de la naturaleza humana, que siempre y especialmente en tiempos de crisis es proclive a creer las explicaciones más superficiales y conspiratorias de los fenómenos económicos. Como también lo es a dejarse convencer por quienes culpan de las dificultades económicas que padecen a los otros, a los malos: al Estado español en el caso de los independentistas, o a la casta y al sistema capitalista en el caso de los populismos marxistas. Los populistas, además, se aprovechan de la confusión de la mayoría en tiempos de crisis, de sus sufrimientos y de sus temores, de sus esperanzas y anhelos de una vida mejor, ofreciendo soluciones mágicas e indoloras que resolverán, como por ensalmo, sus problemas económicos: la independencia, en un caso, y blindar o garantizar por ley la satisfacción de sus necesidades materiales, encargándoselas al Estado, en el otro.
Si el antídoto falla para erradicar o cuando menos debilitar el virus, será inevitable recurrir a la vacuna que, como se sabe, entraña inyectar pequeñas dosis del veneno para que el organismo genere anticuerpos que terminen expulsando o debilitando el virus. Esto es, la vacuna sería la llegada al poder, con mayor o menor protagonismo, de los partidos populistas. Eso sí, la vacuna, aunque terminara siendo exitosa, haría ineludible un periodo dilatado de convalecencia. También podría suceder que ocasionara la muerte del enfermo.
- CONCLUSIÓN.
La crisis económica, inesperada, súbita e intensa, con el consiguiente derrumbe de parte de los logros materiales conseguidos en la última etapa del riguroso periodo expansivo precedente, un crecimiento económico alentado por el impulso de una deuda que se hizo finalmente insostenible, ha sido la principal fuente nutricia de los populismos en nuestro país. Cuando una sociedad entra en una crisis económica de mayor profundidad que la sufrida por los principales países desarrollados, hay muchos rasgos del funcionamiento económico de esa sociedad que son criticables y justifican en parte, o en todo caso hacen inevitable, los movimientos de protesta. Hitler no habría alcanzado nunca el poder si la situación económica de la República de Weimar no fuera desesperada y consecuentemente las denuncias del Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán, así como los engaños y astucias de su supremo líder, no actuaran sobre un poso de triste realidad. Ni los bolcheviques ni la inaudita e implacable capacidad conspiratoria de Lenin habrían llevado a cabo la rápida y eficaz liquidación del régimen zarista si las penurias económicas que delataban no estuvieran refrendadas por la dramática realidad. Pero si sus descripciones y denuncias de las miserias económicas padecidas podían ser generalmente certeras, identificaron dolosamente como culpables de las mismas a las personas o instituciones que querían eliminar. La monarquía y la propiedad privada, en el caso de los marxistas o leninistas, y el Tratado de Versalles, la democracia representativa y, sobre todo, la banca judía, la prensa judía, los comerciantes judíos, los judíos en suma, en el caso de los nacionalsocialistas. Con esta identificación de las causas y responsables de la crisis se establecían parejamente los remedios de la misma: eliminar al viejo régimen y a los grupos que lo sustentaban o se beneficiaban de él, y establecer el nuevo orden. Remedios que en ambos casos se aplicaron rápidamente con total efectividad y terminaron ocasionando sufrimientos mucho más devastadores aún que los padecidos anteriormente a las generaciones que tuvieron la desgracia de vivir en aquellos tiempos convulsos y tenebrosos.
Mutatis mutandis, los populismos marxista e independentista que hoy arrastran tras de sí amplias capas de la sociedad española denuncian males económicos que, dejando fuera algunas tergiversaciones y exageraciones de mal gusto, son en buena medida realmente existentes; males, eso sí, que no son ajenos a sus ideas en un caso y a sus políticas en el otro. Pero se equivocan dolosamente en su identificación de las causas y de los responsables institucionales de esos males, y se equivocan dolosamente y culposamente en las terapias que proponen para resolver nuestros problemas económicos, terapias que ya se han ensayado y ya han fracasado estrepitosamente en otros tiempos y en otros lugares, y volverán a hacerlo en cualquier otro tiempo y lugar en que se lleven a cabo.
José Luis Feito es presidente del Instituto de Estudios Económicos.